Llévense sus batallitas a otra parte
Esta entrada ha sido escrita por Cruces Rosado Texerira (Presidenta de la Coordinadora Extremeña de ONGD), Francesc Mateu i Hosta (Presidente de la Federació Catalana d’ONG) y Mercededes Ruiz-Giménez
(Presidenta de la Coordinadora Estatal de ONGD de España). Se trata de
un texto cargado de sentido común y los editores de @3500M les
agradecemos que hayan pensado en este blog para publicarlo.
Un bebé de tres años recibe sumplementos alimenticios en Sudán del Sur (agosto 2012). Foto: © UNHCR/ B. Sokol.
Hace unos días asistimos a la última batalla
dialéctica entre los gobiernos de Cataluña y Extremadura y, esta vez, el arma
arrojadiza era el presupuesto de cooperación internacional. Aún estando
acostumbrados a espectáculos y declaraciones bochornosas por parte de políticos
de poca talla, hay días en los que es necesario decir basta para no ser
cómplices de la degradación de nuestro debate público.
Ni obviamos ni queremos obviar que hay posiciones encontradas sobre nuestro modelo territorial. Pero el debate de las balanzas fiscales no se va a resolver reduciendo aún más los presupuestos de la cooperación, ni usándola demagógicamente. Cuando la cooperación es la última prioridad de los partidos en los diferentes gobiernos, usarla para enfrentar a sus comunidades y a sus pueblos es mezquino y, además, no ayuda a entender que el auténtico problema es la arquitectura mundial de la desigualdad. El problema no es la cooperación: el problema es que uno de cada tres euros que ingresa el Estado español se dedica a pagar la deuda, que nos empobrecemos a ritmo vertiginoso y que aumenta exponencialmente la desigualdad: dentro de cada barrio, de cada ciudad, de cada comunidad y de cada país.
Un bebé de tres años recibe sumplementos alimenticios en Sudán del Sur (agosto 2012). Foto: © UNHCR/ B. Sokol.
Ni obviamos ni queremos obviar que hay posiciones encontradas sobre nuestro modelo territorial. Pero el debate de las balanzas fiscales no se va a resolver reduciendo aún más los presupuestos de la cooperación, ni usándola demagógicamente. Cuando la cooperación es la última prioridad de los partidos en los diferentes gobiernos, usarla para enfrentar a sus comunidades y a sus pueblos es mezquino y, además, no ayuda a entender que el auténtico problema es la arquitectura mundial de la desigualdad. El problema no es la cooperación: el problema es que uno de cada tres euros que ingresa el Estado español se dedica a pagar la deuda, que nos empobrecemos a ritmo vertiginoso y que aumenta exponencialmente la desigualdad: dentro de cada barrio, de cada ciudad, de cada comunidad y de cada país.
La realidad que nosotros conocemos es que tanto el
gobierno catalán como el extremeño han recortado considerablemente su
presupuesto de cooperación: el primero hasta hacerla prácticamente desaparecer,
y el segundo en casi un 50%, sin haber liberado aún los fondos del 2012. La
realidad que conocemos es que ni uno ni otro han entendido que la política de
cooperación no es subvencionar ONG, sino apoyarse en ellas para, de forma
coordinada, buscar la mejor manera de contribuir a la construcción de un mundo
más justo y un futuro más sostenible, diseñando políticas públicas coherentes
con ese propósito. La realidad que conocemos es que se nos han impuesto unas
medidas de austeridad fiscal excesiva, sin admitir que el origen del problema es
un modelo económico y financiero descontrolado y especulativo. La realidad es
que muchos partidos y políticos, catalanes, extremeños y españoles, han
aceptado y co-impuesto estas medidas de austeridad. Y las ONGD conocemos muy
bien y de primera mano cuánto sufrimiento innecesario han generado antes en
otros países, porque llevamos años denunciando esas mismas políticas cuando
afectaban a las poblaciones con las que trabajamos muy lejos de Girona o de
Mérida. La verdad es que ahora resultamos francamente incómodas por ese
conocimiento, y por el testimonio y la denuncia que aportamos.
Como Coordinadoras de ONGD creemos en la Cooperación Internacional. Con mayúsculas. En la del Estado, la de las Comunidades Autónomas, la de los Ayuntamientos, la de las asociaciones y ONGD, y en la de otras entidades. Las políticas, programas y acciones de cooperación son un indicador de calidad democrática, una muestra necesaria de "inteligencia emocional" de los gobiernos y las sociedades, pero también una demostración de su visión estratégica en un mundo necesariamente interdependiente. Sea cual sea el nivel de la administración, vengan de donde vengan los fondos, que un gestor decida defender ciertos valores y ciertos compromisos para hacer de este mundo un mundo mejor, nos parece necesario, lógico y encomiable. Y que una sociedad lo defienda solo habla a su favor: dice de ella que es una sociedad comprometida, justa y solidaria.
Las coordinadoras de ONGD en nombre de muchas ONG les pedimos que se olviden de la cooperación para atacarse mutuamente, y que se acuerden de ella cuando elaboran sus presupuestos. Su responsabilidad ética va más allá del límite de cada uno de sus territorios y, aunque quieran ignorarlo, su dignidad humana, la nuestra, está íntimamente ligada a la defensa global de esa dignidad humana, valor supremo de la cooperación internacional.
No nos vale esta política partidista de mirada corta. Necesitamos política de veras, porque trabajamos con personas con nombre y apellidos, y conocemos cientos de historias particulares que son injusticias universales. Necesitamos blindar los derechos sociales en Cataluña, en Extremadura y en el resto del Estado. Y asumir que los conflictos por la extracción del coltán en RD Congo para nuestros móviles o en Somalia para defender el pescado de nuestras empresas, son nuestros conflictos, y que las personas muertas de Bangladesh que cosían la ropa que compramos todos, son muertes próximas aunque esten a miles de kilometros. Los retos medioambientales, laborales, educativos y sanitarios son globales y requieren lucidez, estrategia y debates adultos para sociedades adultas e interconectadas.
Hay alternativas. Políticas públicas fuertes que garanticen los derechos básicos y combatan de forma activa la desigualdad de ingresos, de oportunidades o de género; sistemas fiscales más justos; límites a los defraudadores y especuladores. Ahora mismo abogamos por una tasa a las transacciones financieras que se dedique íntegramente a luchar contra la pobreza, en Barcelona, Badajoz, Burkina Faso o Haití. Hay alternativas. Escúchennos, o busquen otras.
Pero no desvirtuen los valores de la cooperación y de los millones de personas que la apoyan con gran esfuerzo. No nos utilicen.
Como Coordinadoras de ONGD creemos en la Cooperación Internacional. Con mayúsculas. En la del Estado, la de las Comunidades Autónomas, la de los Ayuntamientos, la de las asociaciones y ONGD, y en la de otras entidades. Las políticas, programas y acciones de cooperación son un indicador de calidad democrática, una muestra necesaria de "inteligencia emocional" de los gobiernos y las sociedades, pero también una demostración de su visión estratégica en un mundo necesariamente interdependiente. Sea cual sea el nivel de la administración, vengan de donde vengan los fondos, que un gestor decida defender ciertos valores y ciertos compromisos para hacer de este mundo un mundo mejor, nos parece necesario, lógico y encomiable. Y que una sociedad lo defienda solo habla a su favor: dice de ella que es una sociedad comprometida, justa y solidaria.
Las coordinadoras de ONGD en nombre de muchas ONG les pedimos que se olviden de la cooperación para atacarse mutuamente, y que se acuerden de ella cuando elaboran sus presupuestos. Su responsabilidad ética va más allá del límite de cada uno de sus territorios y, aunque quieran ignorarlo, su dignidad humana, la nuestra, está íntimamente ligada a la defensa global de esa dignidad humana, valor supremo de la cooperación internacional.
No nos vale esta política partidista de mirada corta. Necesitamos política de veras, porque trabajamos con personas con nombre y apellidos, y conocemos cientos de historias particulares que son injusticias universales. Necesitamos blindar los derechos sociales en Cataluña, en Extremadura y en el resto del Estado. Y asumir que los conflictos por la extracción del coltán en RD Congo para nuestros móviles o en Somalia para defender el pescado de nuestras empresas, son nuestros conflictos, y que las personas muertas de Bangladesh que cosían la ropa que compramos todos, son muertes próximas aunque esten a miles de kilometros. Los retos medioambientales, laborales, educativos y sanitarios son globales y requieren lucidez, estrategia y debates adultos para sociedades adultas e interconectadas.
Hay alternativas. Políticas públicas fuertes que garanticen los derechos básicos y combatan de forma activa la desigualdad de ingresos, de oportunidades o de género; sistemas fiscales más justos; límites a los defraudadores y especuladores. Ahora mismo abogamos por una tasa a las transacciones financieras que se dedique íntegramente a luchar contra la pobreza, en Barcelona, Badajoz, Burkina Faso o Haití. Hay alternativas. Escúchennos, o busquen otras.
Pero no desvirtuen los valores de la cooperación y de los millones de personas que la apoyan con gran esfuerzo. No nos utilicen.
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