"Solo una cosa no hay. Es el olvido"
J. L Borges
Con tantas desgracias que asuelan el país, como la pésima gestión del
ébola y las tarjetas negras de los más inmorales de Bankia, entre otras,
parece que la nefasta realidad de acontecimientos sucesivos marca sobre
qué escribir. Pero hay temas de fondo que deben recordarse
periódicamente. Quiero referirme al valor de la palabra y las promesas
de los políticos, su engaño indisimulado y la tolerancia que amplio
sector de la población tiene sobre ello.
Ciertamente, el tema del aborto ya es historia. El del exministro contrarreformista, prehistoria. Sólo flota el corcho supremo, que únicamente aspira a seguir y seguir, dejándose llevar por la inanidad. El corcho
llegó a la máxima altura, cuando habría conseguido lo mismo –llegar al
Gobierno– sin haber abierto la boca. Pero no, desplegó un cúmulo de
promesas y compromisos muy claros y firmes. La también vaciedad y
desastre absoluto de su antecesor le habrían llevado igualmente a La
Moncloa sin haberse comprometido a nada el aspirante.
Se presentaba trasmitiendo la imagen de que ellos sí que eran gente seria, cuando los cañetes, matos
y demás han demostrado ser una tropa impresentable. Si no fuese por la
tragedia que dejan en los sectores más vulnerables, más que seriedad,
sus tres años mandando (más que gobernando) parecen una caricatura
inversa de Gabi, Fofo, Miliki y Fofito.
Pero no
porque hagan gracia, sino porque se están riendo de una gran mayoría de
la ciudadanía, amparados además por un control sin parangón de los
medios de comunicación históricos que nunca fueron tan sumisos al poder
como ahora. Eso les permite intentar tapar el hecho de que jamás un
partido en el poder había convertido en papel mojado la totalidad de su
programa y sus promesas. Ciertamente todos los gobernantes en todos los
sitios dejan aparcada alguna medida que habían anunciado. A veces porque
asumida la responsabilidad de gobernar, comprueban que son
irrealizables. En otros casos, porque eran un gancho electoral. Acaso,
porque las circunstancias posteriores lo impiden. En otros casos, era
sencillamente una mentira.
La ciudadanía nos hemos
acostumbrado en demasía a que eso suceda. Se lo admitimos o, al menos,
con unos márgenes que los políticos van ensanchando... Porque les
dejamos. De las mentiras y promesas olvidadas tendrán ellos la culpa,
pero también todos nos podíamos preguntar por qué no les castigamos por
ello ante incumplimientos importantes que presentaron, con solemnidad y
cinismo en su momento, como firmes compromisos ante la sociedad.
Me sucede con ello como con la corrupción: si les castigáramos
severamente con nuestros votos por estas actitudes, el robo y la
mentira, tendrían más cuidado de futuro. Somos demasiados perdonavidas,
bien porque son de los nuestros (en cada caso) o bien porque ha calado la idea de que todos son iguales. ¡Yo no me resigno!
Si todos hacen algo de eso, incumplir y falsear sus promesas, en el
caso del PP supera todos los límites. Jamás ningún partido gobernante
incumplió tantas promesas. Además, en bastantes materias han hecho
absolutamente lo contrario. Sin ningún reparo, sin pudor ni explicación
alguna y sin ninguna palabra de disculpa. En el ámbito de impuestos, en
medidas sociales, en regeneración democrática (ja, ja, ja), en justicia,
etc, son inmensas las decisiones radicalmente inversas a lo que habían
anunciado. Eso sumado a lo incumplido, deja un panorama desolador para
el valor de la palabra en la política. No es que valga poco sino que la
dirección actual la ha reducido a nada. ¡Sigo sin resignarme!
Pero, atención, había una iniciativa que llevaban en su programa
electoral que, aunque a algunos no gustase, engarzaba con una parte de
su electorado. Era la reforma y restricción del aborto. Con ello han
estado mareando tres años a los partidarios y los contrarios. Cuando
parecía que podrían lograr lo imposible: cumplir una sola de sus
promesas electorales, decidieron retirarla. Algunos, felices, sacaron
pecho poniéndose medallas y hablando de la presión social. Algo hay de
eso, pero la razón real de la retirada es la inanidad e indiferencia
absoluta del corcho. Sólo busca sobrevivir, aunque
se hunda todo. Otros, desde un sector de la derecha, braman, al
sentirse, con razón, decepcionados.
Pero hay una
cuestión importante que hay que destacar: era el incumplimiento de la
única promesa que iban a realizar (aunque era más severa que la idea
inicial) y el motivo de su retirada está muy alejado de lo que son
convicciones (¿pero tienen?). Sólo responde a una conveniencia
electoralista e interesada, de seguir en el poder (que, consideran, les
pertenece). Con ello creen evitar el rechazo de sectores progresistas.
Pero yo no conozco a nadie de este perfil, ni siquiera desde el
centrismo, que les vaya apoyar por la mera retirada de este proyecto.
El ministro promotor de la reforma acumuló, en este tiempo, disparates,
incumplimientos, barbaridades y distorsiones de su programa sobre el
modelo judicial y de justicia. Le dejaron hacer sus compañeros. Pero
llegado algo que, según su gurú, no les venía bien por razón de votos,
dejaron al autor y a su medida en la estacada (aunque con un suculento
retiro económico). Gallardón no tuvo la gallardía de irse, sino la
obligación, tal y como actuaron con él. Ni un réquiem o elogio fúnebre.
Ni le conocen, casi.
Con él cae otro de los que
llevan lustros de años flotando. Quedan muchos. No sólo en el Gobierno.
También los clónicos ¿renovados? del principal partido de la
¿oposición?. Ojalá que se hunda definitivamente el desprecio que nos
tienen. La permanente mentira en la que están instalados es, claramente,
una importante razón para desalojarles.
Les contaré
un chiste: "Rajoy anuncia, respondiendo a sus convicciones, un promesa
electoral en la campaña para las generales de 2015". Aplausos de los
abundantes serviles y carcajadas de la inmensa mayoría de españoles.